viernes, 4 de noviembre de 2011

LA ORACIÓN DEL PADRENUESTRO

LA ORACIÓN DEL PADRENUESTRO

Según el evangelista Lucas, 11,1, hallándose Jesús orando en cierto lugar, así que acabó, le dijo uno de sus discípulos: enséñanos a orar, como Juan el Bautista enseñaba a sus discípulos. Como respuesta Jesús les hizo estas recomendaciones: “Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan de orar en pie en las sinagogas y en los esquinas de las plazas, para ser vistos de los hombres. En verdad os digo que ya recibieron su recompensa. Tú, cuando ores, entra en tu cámara y, cerrada la puerta, ora a tu Padre, que está en lo secreto. Y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará. Y orando, no seáis habladores como los gentiles, que piensan ser escuchados por su mucho hablar. No os asemejéis, pues, a ellos, porque vuestro Padre conoce las cosas de que tenéis necesidad antes que se las pidáis”. Y seguidamente les propuso como modelo referencial de oración el Padrenuestro (Mt. 6,7-15).


1. LA ORACIÓN COMO DIÁLOGO AMOROSO CON DIOS


Los judíos piadosos oraban tres veces al día, de pié o de rodillas, con los brazos tendidos al cielo y las palmas de las manos vueltas como esperando recibir lo que pedían. Los fariseos (hipócritas, por fingir o aparentar lo que no eran) son censurados por Cristo por su forma de orar en público sólo para ser vistos por la gente. No es que condene rezar en público. Lo que rechaza es la forma farisaica de hacerlo fingiendo su falsa piedad. En contraste Jesús recomendó a sus seguidores de forma colorista orar en la intimidad para que la oración no tenga otro objetivo que ponernos en contacto con Dios de una forma íntima y amorosa. De hecho, Jesús acostumbraba a retirarse fuera del bullicio de la gente para orar al Padre y sólo en ocasiones puntuales, como en la Última Cena y antes de realizar algunos milagros, hizo oración ante la gente y de forma breve. La oración ha de hacerse sin ostentación personal ni charlatanería. Lo contrario era lo que hacían los paganos, los cuales estaban convencidos de que la eficacia de la oración depende del mucho hablar hasta cansar a los dioses. La oración cristiana, por el contrario, no es una magia o una mecanización de la piedad. Tampoco es locuacidad sino entrega a Dios de la mente y del corazón identificándonos con los pensamientos y sentimientos de Cristo. La esencia de la oración consiste en un diálogo amoroso con Dios que brota en la intimidad del corazón. De ahí el dicho popular: el consejo y la oración, al rincón. A continuación ofrecemos unas reflexiones sobre esta oración emblemática de los cristianos.


2. EXPLICACIÓN BREVE DEL PADRENUESTRO


A) “PADRE NUESTRO QUE ESTÁS EN LOS CIELOS”


Esta fórmula introductoria es una “captatio benevolentiae” o forma educada de comenzar la oración. Cristo se adapta al ambiente en que vive, pero el significado de estas palabras es mucho más profundo que el de una mera fórmula de cortesía o buena educación. Nadie, en efecto, se dirige a otro para pedirle algo con torpes palabras. De hecho, ya en el Antiguo Testamento, por ejemplo, Dios era llamado Padre como creador de cuanto existe y los judíos piadosos le llamaban también el Padre de Israel. Pero cuando Cristo invoca a Dios como Padre va más lejos todavía. El término PADRE en boca de Cristo significa una relación de intimidad personal y divina al mismo tiempo con Dios. Dios, además, es Padre, no sólo de los judíos, sino de todos los seres humanos, cosa que no cabía en la mentalidad excluyente de sus compatriotas los judíos. Dios es Padre porque es la fuente del ser y de la vida de toda la humanidad y no sólo del pueblo judío. Nos hallamos así ante una proclamación solemne de la fraternidad universal de todos los hombres y mujeres de todos los pueblos razas y naciones por relación a Dios como Padre de todos.


Una matización importante es la siguiente. Cristo tenía en cuenta, siempre que enseñaba a las gentes, las costumbres y usos de su tiempo pero no se ataba a nada ni a nadie. La imagen de Dios como Padre, por ejemplo, estaba ya en el Antiguo Testamento pero Él la enriquece con un significado más profundo sin caer en tópicos sociológicos o prejuicios culturales. Por ello no se refiere a Dios como Padre para acomodarse a la mentalidad machista judía sino para poner a Dios por encima de cualquier interpretación sociológica o cultural de la paternidad de Dios. Más aún, Dios es Padre amoroso de todos los hombres y mujeres de todas las razas y culturas existentes, pero no genético, biológico, legal o político, sino como CREADOR del ser y de la vida de todos los seres humanos, lo mismo creyentes que no creyentes. Por otra parte, todo hay que decirlo, la cultura judía era patriarcal y la figura del padre estaba bien considerada. En nuestro tiempo, en cambio, hay culturas matriarcales en las que la figura del padre de familia cuenta muy poco y de ahí que la costumbre pedagógica de asociar la bondad de Dios al padre resulte menos recomendable que asociarla a la madre. También la Biblia da pie para hablar de Dios-madre en lugar de Dios-padre.


Jesús utilizó preferentemente la imagen del padre para referirse a Dios sin duda porque sus oyentes se habían educado en un ambiente patriarcal y la gente entendía con relativa facilidad lo que quería decirles. Pero el significado de la palabra “padre” en boca de Jesús trascendía totalmente, como queda dicho, a sus connotaciones genéticas, biológicas, raciales o culturales. Este Padre, además, es “nuestro” en sentido de universal por doble partida. Primero, porque desborda el exclusivismo judío abarcando a toda la humanidad constituida por hombres y mujeres, justos y pecadores, creyentes y no creyentes de todo pueblo, raza, tribu o nación. Y segundo, porque es incompatible con el egoísmo personal que nos aísla afectivamente de los demás haciendo que resulte imposible la puesta en práctica del amor universal y personal que es la piedra angular de la felicidad humana y de la ética cristiana. Dios es padre nuestro, o sea, de todos los seres humanos y no sólo de los judíos.


La expresión “EN LOS CIELOS” responde a la concepción popular del universo según las apariencias y no según los cánones de la ciencia. Según las apariencias, en efecto, el cielo o firmamento se nos presenta a simple vista como una techumbre altísima que cubre la tierra, presuntamente plana. Por esta razón con la expresión “en los cielos” declaramos que DIOS ESTÁ POR ENCIMA DE TODO CON DOMINIO ABSOLUTO DE TODAS LAS COSAS. Para expresar esta convicción se le situaba o imaginaba a Dios en el coeli coelorum, o sea, en el último y más alto estrato de los cielos.



B) “SANTIFICADO SEA TU NOMBRE”


El nombre está aquí por la persona ya que los judíos no se atrevían a pronunciar el nombre de Dios por respeto a la divinidad. En su lugar decían Elohim, Adonai o Yahave. Por lo mismo, los judíos no consentían bajo ningún pretexto que Dios fuera representado en obras de arte como la pintura o la escultura. Pues bien, tal Nombre ha de ser SANTIFICADO. Pero santificar el nombre de Dios no significa hacer a Dios bueno, que ya lo es. Más aún, es la fuente de toda bondad. ¿Qué significa entonces? Significa hablar de Él proclamando su bondad y cumpliendo sus mandamientos dejándole siempre en buen lugar. Por ejemplo, evitando la blasfemia y todo uso irrespetuoso del nombre de Dios. Significa admirar las obras de la naturaleza y cumplir sus mandamientos con amor, y no por miedo o simplemente para quedar socialmente bien ante la gente. Jesús reprochó severamente el culto en el templo de Jerusalén porque la gente allí se limitaba a realizar ritos y ofrendas sólo para cumplir con lo prescrito en la ley sin amor al prójimo. Esos ritos por sí solos no podían agradar a Dios y por ello Jesús los suprimió todos. La santificación del nombre de Dios significa de modo especial que sea reconocida su obra mesiánica y redentora en la persona de Cristo. Es incompatible santificar el nombre de Dios y rechazar la personalidad mesiánica de Cristo al mismo tiempo. Dios es santificado, además, cuando no le atribuimos la responsabilidad de nuestros males como si Él fuera el culpable de ellos. Al contrario, nosotros debemos asumir la responsabilidad que nos corresponde por la existencia de esos males e implorar el consuelo que Él brinda generosamente a todo ser que sufre y recurre amorosamente a Él.



C) “VENGA A NOSOTROS TU REINO”



Israel tenía una visión teocrática de la vida social. En Israel, como en el resto de pueblos orientales, Dios era para ellos el verdadero rey de la nación y los monarcas sus representantes. Pero el reino que aquí se postula en la oración del Padrenuestro no es de orden político o social sino moral y espiritual. Su reino son los poderes del Amor (extensivo a extranjeros y enemigos), de la Justicia (honradez personal y social) y de la Paz (Paz en la conciencia que se traduce en tranquilidad personal y social). En el Reino de Dios o Reino de los Cielos, del que hablaba Cristo, la última palabra sobre la vida y dignidad de los seres humanos la tiene Dios y no el César. Habida cuenta de los abusos que suelen cometer las autoridades políticas, económicas y culturales de este mundo terrenal, se comprende que deseemos ansiosamente que venga a nosotros el poder o reino de la palabra de Dios como única alternativa fiable para construir sociedades más justas y humanas que las que promueven los reinos o poderes de este mundo bajo la suprema autoridad del César. No se trata de negar al César lo que en justicia le corresponde sino de que Dios tenga siempre la última palabra en todo aquello que atañe a la vida humana y a su dignidad. Cuando, por ejemplo, un Parlamento instituye leyes que permiten el aborto o la eutanasia, está usurpando el poder de Dios y se opone al advenimiento de su Reino de amor, justicia y paz, que tanto necesitamos. Mucha gente confunde el reino de Dios con el éxito material en este mundo. Quienes esperan que Dios sea el garante de nuestros éxitos materiales como signo de su bondad se equivocan de medio a medio. Se equivocaron los judíos que así pensaron y se equivocan los que siguen pensando igual. Jesús lo advirtió declarando solemnemente que su reino no es de este mundo pero comienza en esta vida terrenal trabajando por el predominio del amor, de la justicia y de la paz entre las personas particulares y los diversos grupos sociales.



D) “HÁGASE TU VOLUNTAD ASÍ EN LA TIERRA COMO EN EL CIELO”


La venida del Reino de Dios está en proporción directa con la aceptación de su voluntad. Dios nos creó para ser libres y respeta nuestra voluntad. Así pues, hemos de expresar nuestro deseo explícito de que venga a nosotros su reino, o sea, para que Él tenga la última palabra sobre nuestra existencia personal y social. En los reinos de este mundo terrenal los poderosos deciden a favor o en contra de Dios y es preciso que los seguidores de Cristo se decanten de forma libre y responsable contra ese despotismo terrenal deseando que la voluntad de Dios sea respetada por la cuenta que nos tiene a todos. Cuando los hombres actuamos en la vida nuestros proyectos deben realizarse en conformidad con los designios de Dios y no en contra de ellos. Por ejemplo, cuando se legisla sobre bioética (aborto, eutanasia, destrucción de embriones humanos, formas de traer hijos al mundo contra la naturaleza) los legisladores tienen que tener en cuenta que las instituciones sociales no son propietarias de la vida humana y por ello sus líderes y quienes los apoyan tendrán que dar cuenta a Dios del mal trato legal que la vida humana haya recibido. Cuando se dictan leyes que atentan contra la vida humana, o que degradan su dignidad, se está impidiendo que la voluntad de Dios se haga efectiva en la tierra donde vivimos. Si Dios es invocado como Padre universal de todos los seres humanos, es obvio que el cumplimiento de su voluntad no está restringido al pueblo judío o a los creyentes cristianos sino que en los aspectos que atañen directamente al trato de la vida humana dicho cumplimiento ha de ser observado por todos los hombres, aunque no sean creyentes. Por otra parte se pide que lo que Dios ha determinado que sea de una forma se realice plenamente según sus designios, por más que, a primera vista, nos parezcan dolorosos o desagradables. Por ejemplo, la aceptación respetuosa y realista de la enfermedad y la muerte. Cuando toca vivir hay que vivir. Y cuando toca el turno de morir hay que morir sin culpar a Dios de nada.


Sobre este asunto la sabiduría popular es elocuente cuando oímos expresiones como estas: “sea lo que Dios quiera”; “Dios dirá”; “cuando Dios nos tiene aquí por algo será”; “tendrá que ser así”; “Dios me lo dio, Dios me lo quitó”; “Dios sabrá por qué”. Estas y otras expresiones similares pueden parecer fatalistas ante lo inevitable pero por el contexto en que son usadas puede apreciarse hasta qué punto reflejan el grado de aceptación confiada en Dios en situaciones de la vida frente a las cuales nos sentimos impotentes. El mejor ejemplo de aceptación de la voluntad misteriosa de Dios nos lo dio Cristo en el momento culminante de su condena a muerte en la cruz. En el huerto de los olivos, cuando todo el peso de la injusticia y del fanatismo de las autoridades judías se cernía sobre Él, pensó en la posibilidad de que las cosas pudieran transcurrir de otra forma. Y hubieran transcurrido de forma diferente si hubiera caído en la tentación de rechazar la misión mesiánica y redentora que Dios Padre le había confiado. Pero no cayó en esa fascinante tentación sino que optó por someterse a los designios de Dios Padre en lugar de venderse a las autoridades judías. No se haga mi voluntad sino la de Dios, fue la respuesta que Jesús se dio a sí mismo. Lo mismo cabe decir de la actitud de su madre María en la aceptación de su misteriosa maternidad y el modo de comportarse ante la muerte de Cristo.


Sin el abandono amoroso en la voluntad misteriosa de Dios resulta imposible entender el comportamiento de tantas personas admirables y heroicas cuyo ejemplo ha sido y sigue siendo la piedra angular de la verdadera convivencia humana y de la felicidad personal en este mundo. Cuando decimos “hágase tu voluntad” hemos de asumir sin excusas las situaciones de dolor que ponen a prueba nuestra confianza en Dios mirando a Cristo muerto y resucitado en lugar de perder el tiempo quejándonos o echándole a Él la culpa de lo que nos ocurre. El objeto de la esperanza cristiana, por lo demás, no es ni terrenal ni imaginaria. La experiencia de la vida demuestra, más allá del hecho de creer o no creer en la vida eterna fuera del tiempo y del espacio, que el dolor sin esa esperanza promovida por Cristo se siente como algo que corroe nuestro ser y lo destruye sin piedad. Por el contrario, cuando el dolor es sentido y asumido en la esperanza cristiana, se tiene la impresión consoladora de que nunca lo tenemos todo perdido, con lo cual la eventual desesperación se trasforma en esperanza y consuelo reconfortante en medio del dolor. Es así como se cumple la petición de que las cosas discurran aquí en la tierra, en esta vida, como presuntamente acaecen en el cielo, o sea después de la muerte y liberados de las ataduras del espacio y del tiempo donde Dios tiene siempre y bondadosamente la última palabra sobre nuestra felicidad.


E) “EL PAN NUESTRO DE CADA DÍA DÁNOSLE HOY”



El pan en la cultura mediterránea ha sido siempre el símbolo de todo aquello que es necesario para nuestra alimentación cotidiana y sobrevivir con dignidad. De ahí expresiones como “ganarse el pan”; “quitar el pan a mis hijos”; “ganarse el pan con el sudor de la frente”. Se pide, sin duda, el alimento material cotidiano necesario para la vida. Pero, “no sólo de pan vive el hombre sino de toda palabra que procede de Dios”. El pan tiene también un significado espiritual. Me refiero al pan de la cultura, de la formación moral y de la fe en Dios. O al pan de la bondad humana, de la verdad y de la esperanza. Cristo mismo se define como el pan de vida que trasciende a este mundo más allá de la muerte. Cuando dice que hemos de comer “este pan” ya no se refiere al pan físico sino a su propio cuerpo resucitado. El pan de la Eucaristía es otro tipo de pan sin el cual no es posible alimentar como conviene la totalidad del ser de una persona humana. Que no nos falte el alimento de cada día y mañana Dios dirá. Lo cual no significa nada contra la planificación económica justa y el ahorro. Eso sí, toda la actividad financiera tiene que estar inspirada en este deseo legítimo de ganarnos el pan de cada día con el sudor de nuestra frente y la eficacia de la inteligencia.


El trabajo en clave cristiana no es propio de los animales ni degrada la dignidad humana. Al contrario, pone de manifiesto la grandeza de nuestra inteligencia, por la que somos imagen de Dios, y dignifica la condición humana. Tampoco el trabajo es considerado como un castigo sino como una oportunidad para desarrollar nuestra personalidad. San Pablo no tuvo pelos en la lengua para condenar la holgazanería y la irresponsabilidad laborar: el que no trabaja, que no coma. Es una forma aforística de destacar la dignidad y necesidad del trabajo contra quienes, pudiendo trabajar, quieren vivir como parásitos a costa del trabajo de los demás.


A pesar de todo, las enfermedades y las circunstancias adversas de la vida hacen que no siempre podamos trabajar para ganarnos el pan con nuestro trabajo y Jesús fue muy sensible a estas situaciones. Por ello se comprende que en la oración del Padrenuestro incluyera la súplica a Dios Padre de que por lo menos el sustento necesario para cada día no nos falte. Y lo hizo utilizando el pan como símbolo de todo lo que necesitamos para sobrevivir con dignidad. O lo que es igual: el pan de la mesa y de su Palabra, de la verdad y la amistad, de la justicia y la libertad, de los ideales y los valores nobles para compartirlos con todos, especialmente con los más pobres y necesitados. Ahora bien ¿cómo compaginar esta súplica a Dios en favor nuestro sin tener en cuenta a los que diariamente mueren de hambre en diversas partes del mundo por causa de la mala distribución o el uso despótico de la riqueza? ¿Cómo rezar el Padrenuestro sin faltar al respeto a Dios y a los pobres volcando los camiones con los que son transportados los productos alimenticios de unos lugares a otros por motivos políticos o salariales, o arrojando las barras de pan duro a la basura?



F) PERDÓNANOS NUESTRAS OFENSAS ASÍ COMO NOSOTROS PERDONAMOS A LOS QUE NOS OFENDEN



El perdón a los que nos hacen mal es la prueba de fuego de la moral cristiana. Dos cosas nos sorprenden a este respecto. Primero, que hayamos de perdonar, lo cual parece superar nuestras fuerzas humanas. Y segundo, que, para que Él nos perdone a nosotros tenemos que perdonar nosotros primero a quienes nos ofenden. Parece como si se nos estuviera exigiendo algo imposible. Sin embargo, no es tan difícil perdonar como parece. Perdonar por nuestra parte a quienes nos ofenden no significa que hayamos de encontrarnos a gusto con ellos, como si nada hubiera ocurrido, o que los hayamos de tratar de la misma manera que a las personas que nos hacen bien. ¿Qué significa perdonar?


Significa: 1) Tener en cuenta que Dios nos ha perdonado ya a todos antes de que nosotros hayamos de perdonar a nadie. Dios se ha adelantado en la oferta de su perdón y por ello nosotros ya no tenemos justificación ninguna para no perdonar. 2) No podemos perdonar en la misma medida en que lo hace Él sino a la medida de la naturaleza humana que es limitada y por ello necesita de una fuerza moral especial. 3) Lo que se nos pide con el perdón es que estemos siempre dispuestos a erradicar de nuestro corazón los sentimientos de RENCOR y deseos de VENGANZA que solemos camuflar en la aplicación de la justicia. El que perdona de verdad no debe pretender devolver al malhechor el mismo mal que éste le ha causado. Quien devuelve mal por mal no perdona. Y esto de no devolver mal por mal no hemos de hacerlo no por estrategia defensiva o mera filantropía sino por amor a nuestros semejantes como personas que son, igual que nosotros. 4) Supuesta esta actitud misericordiosa, Dios pone la fuerza de la que la naturaleza humana carece para hacer efectivos los actos de perdón. Dos personas, por ejemplo, han enterrado a sus muertos como víctimas de un acto de terror. Pues bien, una de ellas declara que ni olvida ni perdona a los terroristas. La otra, en cambio, no disimula su dolor, pero a pesar de ello, confiesa que los perdona. ¿Dónde está la diferencia de comportamiento frente al malhechor? ¿Cuándo hay perdón y cuándo no, aunque lo parezca?

Hay perdón como Dios manda cuando, a pesar del dolor que pueda producirnos la injusticia, no estamos dispuestos a poner en marcha el instinto de venganza y los sentimientos de rencor para devolver al malhechor el mismo mal que nos ha hecho. Jesús lo dijo muy claro: no devolváis mal por mal. Y si os dan una bofetada en una mejilla, poned la otra. Esta forma de hablar no era una invitación a entregarnos sumisamente a la injusticia sino una forma aforística y enfática de decir que el odio, el rencor y el deseo de venganza ante Dios no están nunca justificados. Las expresiones populares como “esto tiene un precio”, “a la vuelta de la esquina te espero”, “el que la hace la paga”, “ya nos veremos”, o “usted qué se ha creído” significan que no hay perdón sino pragmatismo. Quienes así hablan no perdonan sino que esperan a que llegue el momento más favorable para dar rienda suelta al instinto de venganza. Por el contrario, cuando hay realmente perdón al malhechor, la víctima no pide que el delincuente quede impune ante la justicia. Al contrario, exige que el malhechor no quede impune. Pero en la forma de hacer justicia y exigir responsabilidades, la persona que perdona no permite que los sentimientos de odio y de venganza prevalezcan sobre los sentimientos de humanidad. El que perdona condena la injusticia y exige responsabilidades pero sin odiar ni destruir al malhechor. Los que realmente perdonan una ofensa nunca exigen que la justicia les autorice a devolver al malhechor los mismos males que han recibido. Por el contrario, el que no perdona quisiera ver muerto o muy desgraciado a su malhechor. El que perdona, insisto, no disimula su dolor e indignación cuando la justicia deja impune al delincuente, pero igualmente no tolera que la justicia cause el mismo mal que ha recibido. No resulta difícil entender que en determinadas circunstancias resulta más ventajoso simular un acto de perdón, perdonar que no perdonar, reconciliarnos y controlar nuestros sentimientos de rencor y de venganza. Lo difícil, si no imposible, es erradicar de nosotros los sentimientos de venganza sin el apoyo moral de Dios. Pero basta ser pragmáticos y razonables para que en base a una actitud de benevolencia elemental Dios venga en nuestro auxilio, si se lo pedimos sin arrogancia, para potenciar nuestra capacidad efectiva de perdonar. Me refiero a la capacidad moral de no devolver mal por mal y de eliminar el odio, la venganza y el rencor de nuestros corazones.


G) “NO NOS DEJES CAER EN TENTACIÓN Y LÍBRANOS DEL MAL”


El desciframiento del significado exacto de esta petición tropieza con muchas dificultades de exégesis literaria pero, por el contexto, cabe destacar lo siguiente. En realidad no se trata de dos súplicas (que no nos deje caer en la tentación y que nos libre de todo mal) sino de una sola. Igualmente, no cambia el sentido obvio y contextual porque digamos mal o maligno. Lo que se pide a Dios es que nos libre o proteja de toda circunstancia que pudiera ponernos en la tentación de ser infieles a Dios. En el contexto bíblico, en el que se sitúa Jesús, la infidelidad a Dios constituye el mayor pecado de los hombres y, por lo mismo, la fuente principal de todas sus desventuras. Esta convicción aparece reflejada en expresiones coloquiales como estas: ¡que Dios nos tenga de su mano! O que Dios nos pille confesados. La infidelidad a Dios es bíblicamente la fuente principal de nuestros males y de ahí la necesidad de pedir a Dios que nos ayude a serle fieles en todos los momentos de nuestra vida, incluidos aquellos más terribles y aparentemente más desconcertantes. En el famoso sermón de la montaña Cristo lo tenía muy claro: felices aquellos que, a pesar de llevar una vida pobre y desgraciada y a pesar del trato injusto que reciben de los demás, no encuentran jamás motivo para renegar de Dios ni para hacer mal a nadie. Quienes así se comportan serán consolados con creces y glorificados por Dios después de la muerte fuera del espacio y del tiempo en el reino de los cielos. Obviamente, si tomamos partido por el mal, colaborando directa o indirectamente en su promoción, o no poniendo lo que está de nuestra parte para impedir que los males se produzcan o dejen de existir, el dirigirnos a Dios pidiéndole que nos libre de todo mal es una contradicción y en muchos casos una falta de respeto.


Las formas de colaborar con el mal son muchas y hemos de procurar no engañarnos a nosotros mismos pidiendo a Dios la cuadratura del círculo o la circularidad del cuadrado. En las sociedades modernas y democráticas una de las formas más civilizadas y honestas de no caer en la tentación de ser infieles a Dios evitando la colaboración con mal consiste en aprender a votar en la elección de los líderes políticos. Quien libremente vota a favor de un partido político, por ejemplo, que no respeta la vida y dignidad de todo ser humano, colabora con su voto al mal y no tiene sentido que al mismo tiempo rece el Padrenuestro pidiendo a Dios que lo libre de todo mal. Dios no tiene por qué librarnos del mal que nosotros mismos hacemos o del que ayudamos a que hagan los demás con nuestros votos y con nuestras opiniones. Por todo lo dicho huelga recordar que, si no tomamos en serio las palabras del Padrenuestro, su recitación no servirá para nada. Ahora bien, para entender el calado humano de esta plegaria recomendada por Cristo, es indispensable creer en Dios con sentido realista de la vida reconociendo nuestras limitaciones humanas y confiando amorosamente en Él sin pretensiones frívolas ni actitudes arrogantes o de autosuficiencia. NICETO BLÁZUEZ, O.P.